Me envuelvo con la manta de la melancolía, doy sorbitos del silencio en mi taza favorita, y sentada delante del fuego caliento mi alma poquito a poco. Observo desde allí por la ventana de mi corazón nublado las calles mojadas, los árboles dorados y los gatos enroscados en el sillón.
A veces en la vida necesitamos mucha niebla para darnos cuenta que el mundo no es blanco y negro. Y que hay que ir despacio si queremos apreciar el festival de colores otoñales. Las hojas más bellas las recojo y las aplasto con “Genesis” de Sebastiao Salgado para poder luego decorar con ellas las cartas escritas a mano. No hay nada mejor que un día de lluvia para mojar la pluma con una tinta del azul mediterráneo y vestirla de pensamientos.
Esta época del año aparte de sopas, potajes y castañas nos pide introspección. Nos facilita el diálogo con las almas que se marcharon y anima a que nos quitemos las capas que pesan ya demasiado. Que nos quitemos las nubes de culpa, de pena, de tristeza…
Le hacemos caso y nos encerremos en nuestros hogares para poder abrir de nuevo el corazón.



