Desde hace tiempo tenía una necesidad de ayudar de alguna manera a los animales a través de mi trabajo. Este proyecto nació junto con una revista alternativa "Horse Evolution" donde no se habla ni de las competiciones ni de ropa bonita para los jinetes. Aquí el protagonista es el caballo y su bienestar.
Comparto con ellos su visión, que los animales no son objetos de lujo ni herramientas de trabajo. Son nuestros compañeros, nuestros amigos, almas gemelas... Son ellos de quienes tenemos que aprender las cosas tan simples, como el amor. Por eso queremos ayudarles fomentando las adopciones y cambiando la visión que muchos tienen sobre ellos. En España los equinos y otros tantos animales sufren el maltrato cada día. En el año 2015 se registró (por Seprona y otras unidades de la Guardia Civil) 15.480 casos de maltrato o abandono. Estos datos son muy tristes. Como las historias que os cuento a través de los ojos de los protagonistas. En ellas podéis ver una parte del sufrimiento que causamos, como humanos. Espero que os sirvan, no solamente de reflexión, pero también como inspiración para futuras acciones de bondad hacía estos seres tan bellos.
Muchas gracias a Horse Evolution Magazine y a la protectora de caballos ADE (Asociación Defensa Equidos).
El CASO FIGARÓ
Me llamo Fox, como el agente Fox Mulder de la serie “Expediente X”. En esta historia no hay ni alienígenas ni extraterrestres. Lo que sí que hay es gente perversa y malvada. Nací un día precioso de verano del año 2013 en una finca llena de hierba siempre verde, con un río cristalino y una familia que me quería un montón.
Ya me gustaría que esto fuese verdad…
En vez de hierba había una montaña de vehículos y un sin fin de electrodomésticos en desuso y en vez de una familia, un dueño que me maltrataba. Y sí, había un río, pero de cadáveres de animales muertos - mis amigos: equinos, cabras, ovejas, perros y cerdos. Tenía que luchar por la poca comida que se podía encontrar allí, porque no nos daban ni alimento ni agua. Además me pusieron una serreta que me hacía muchísimo daño, dejándome marcas para siempre…
Mi madre me decía que no perdiese fe en la gente. Sabía que existían seres que llevaban más de 20 años denunciando desesperadamente a nuestro maltratador y que darían la vida por salvarnos. La vi morir delante de mis ojos, pero por suerte ella tenía razón. En febrero de 2015 llegó el día que vinieron a buscarme y me llevaron muy lejos de allí. Estaba en un estado deplorable, desnutrido y a punto de morir. Me costaba horrores comer porque no tenía los músculos de la boca desarrollados. Pero salí adelante gracias a estos seres maravillosos sobre los cuales oí hablar a mi madre. Nunca olvidaré el gran corazón de la Asociación de Defensa de los Équidos (ADE) - ¡les debo la vida! Soy uno de los más de 40 supervivientes que sacaron de este sitio tan terrible.
Pero mi historia no acaba aquí. Mi nueva vida empezó dos meses más tarde, el día 17 de abril, cuando conocí a Michelle. Fue amor a primera vista. Michelle me adoptó junto con una compañera de la tragedia - Abril. Ahora sí que estamos rodeados de pastos siempre verdes, amigos felices y sobre todo cariño y mucho amor. Me lo estoy pasando genial en mi nuevo hogar, ¡por fin libre! Libre de dolor e ignorancia humana. Menos mal que en el mundo hay muchas más personas amorosas y responsables dispuestas a cambiar una vida. ¿Eres tú una de ellas?
BURRITOS DE BELÉN
Soy Frijolito, el de las orejas divertidas. A diferencia de mi madre, que no nació en libertad como yo, no conozco ni el maltrato, ni el hambre, ni la tristeza.
Me paso el día dando brincos por el paddock del refugio con mis amigos. Me encanta correr, practicar “lucha libre” y jugar al “pilla-pilla”. Por eso los abuelitos y mi madre siempre me regañan y me piden que me porte bien. Pero a mi me da igual, ¡me gusta hacer trastadas! No puedo evitarlo, soy un bicho muy curioso y me sorprende cualquier cosa de este maravilloso mundo.
Aunque cuando llega al refugio un animal nuevo que ha sufrido mucho y desconfía incluso de nosotros, los équidos, me pongo triste porque sé que estoy ocupando una plaza que podría servir a los más necesitados.
Cuando me porto mal me dicen que vendrán unos hombres a por mí y me llevarán a un lugar que llaman belén para que me tranquilice. Allí a los burros no les tratan muy bien. Les someten a mucho estrés solamente para que los humanos se diviertan un rato. Los encierran en un sitio muy pequeño, donde casi no se pueden mover, con muchas especies diferentes: ovejas, cerdos, conejos y otros tantos. Dejándoles allí durante semanas actuando de estatuas vivientes como si fueran adornos navideños. Obligándoles a soportar música muy alta, molestas luces y, en muchas ocasiones, petardos. Les visita gente con niños que se ríen de ellos. Lo peor de todo son los adolescentes con sus bromas crueles, que les hacen mucho daño asumiendo que no sienten nada. ¡Ni que fuesen peluches!
Tengo mucho miedo que me lleven a un sitio donde ya no podré jugar ni ser libre. Sé que mi dueña provisional, Leonor, hará todo lo posible para que esto no ocurra. Ella me sigue buscando una buena familia, dónde pueda seguir disfrutando de la vida. Si me adoptas, ayudarás que mi plaza quede libre para los animales que no han tenido tanta suerte. ¿Te animas?
TE VEO
Os puede parecer que con esta capa de pelo en la frente no veo muy bien. Y si os daís cuenta que solo tengo un ojo al levantarla, aún tendréis más motivos para pensarlo. La cosa es que nosotros, los animales, no miramos con los ojos. Miramos con el corazón. Y por eso aún veo mejor que tú.
Me llamo Genio por la sabiduría que llevo dentro o quizás porque me parezco a un duendecito, como mi hermano gemelo Elfo. Compartí con él mi corazón y la tragedia cuando perdí mi ojo viviendo en Tarragona, abandonado y sin cuidado ninguno, hasta que me salvaron a mí y al resto de compañeros équinos. En ADE, mi casa temporal, conseguí recuperarme físicamente. Pero poco a poco mis amigos se fueron yendo. Supongo que al ser más hermosos, ya que eran caballos españoles e hispano-árabes y no un pony tuerto, la gente se fijaba más en ellos.
El día más duro fue cuando adoptaron a mi hermano. Me dejó en el corazón un vacío enorme. Para mi sorpresa, pronto alguien también se interesó por mí y en pocos días me encontré en mi nueva casa con una familia. Un niño muy simpático me estaba cuidando y de nuevo pude disfrutar de un hermano. Le quería mucho y parecía que ya no volvería a estar solo nunca más. Pero al cabo de seis años a los padres de mi pequeño dueño se les acabó el contrato del alquiler de la finca donde vivíamos y tuvieron que ir a otro sitio. Me dijeron que en su nueva casa no podían tener caballos y que no me podían llevar con ellos. Sigo sin entenderlo, pensaba que formaba parte de esta la familia… Y la verdad que les echo mucho de menos.
Cada día que pasa me hago más la idea de que ya no van a volver a buscarme.
Pero yo no pierdo la esperanza y sigo mirando con el corazón muy abierto. Estoy viendo a otra alma gemela que quiere tener conmigo esta conexión especial y ser mi amigo. Te veo…
COLL DE NARGÓ
Este precioso caballo que veis es mi padre. Es también mi héroe, porque gracias a él sigo vivo. Su nuevo nombre, Nargó, viene de la montaña Coll de Nargó, donde abandonaron a mi familia. Era demasiado joven para entender qué es lo que estaba pasando, pero de un día a otro, en pleno invierno, nos encontramos en este sitio tan inhóspito, solos: mis padres, mis cuatro tías y yo. Me decían que ya no podíamos confiar en los hombres porque eran muy malos. Nos tuvimos que arreglar como pudimos y buscar la comida por nuestra cuenta, pero no encontrábamos casi nada.
Mi padre hacía lo que podía para sacarnos de allí, pero las montañas eran muy peligrosas y ni las yeguas ni yo, podíamos seguir su paso. Tras meses sin comer y con el frío del invierno, acabamos todos muy desnutridos. Había días que mi padre se iba solo en busca de comida y a veces volvía con algunas hojas, pero no era suficiente para que pudiéramos sobrevivir todos. Primero se fue mi madre, no soportaba más la tristeza que inundaba mi corazón y lloré durante varios días… Luego se fueron mis tías, una tras otra. Pensé que iba a ser el siguiente, pero mi padre me prometió que no me dejaría morir allí. Cada día me traía algo de comida. Hasta que un día, vinieron unos hombres que querían cogernos. Mi padre gritaba que corriese, que no me dejase coger, pero no conseguí escapar. Él se fue, atemorizado, llorando, pensando que se quedaba sin hijo. Para mi sorpresa no me hicieron ningún daño. Me llevaron a un refugio y me dieron de comer. Me decían que también harían todo lo posible para salvar a mi padre. Allí entendí que no todos los humanos son iguales. Hicieron un pacto con un vecino que vivía en las montañas, para que pusiera comida cerca de su casa y así poder atraer a mi padre a un lugar más accesible. Al cabo de poco, el hambre pudo más que su miedo y consiguieron rescatarlo. Casi no lo reconocí, estaba esquelético, tenía asma severa y tremendas cicatrices por todo el cuerpo que hablaban de su dura lucha por la supervivencia.
Yo me llamo Ciro y fui felizmente adoptado por una mujer maravillosa, pero mi padre sigue esperando su oportunidad. Lo único que recuerda su pasado son esas horribles cicatrices. Superada el asma, únicamente le queda por sanar el corazón.
AMOR ARETÉ
El día 13 de Abril di a luz a mi hija, Arona. Elegí hacerlo de noche para que nadie se enterase de su llegada y pudiera hicierle daño. Por entonces ya estábamos a salvo en una casa de acogida donde Raquel y su familia nos cuidaban dándonos, además de la comida, el amor que tanto necesitábamos. Al ver a mi pequeña se pusieron muy contentos y se enamoraron de ella. Pero yo seguía sin confiar en la gente... Ya que me he sufrido mucho a lo largo de mi corta vida…
Mi antiguo propietario no me administraba ni comida ni me proporcionaba ayuda veterinaria. Incluso cuando me rompí la pata y estuve allí aguantando el dolor del tendón cortado, me miraba desde su ventana con indiferencia. Pero prefiero no hablar de ello, que me causa aún más dolor. Por suerte, cuando estaba a punto de morir, vinieron los de ADE a rescatarme a mi y a mis dieciocho compañeros. Tras un mes hospitalizada me trasladaron a mi nueva casa. Tuve más suerte que dos de ellos, que finalmente murieron.
Desde entonces Raquel nos enseña que no todos los seres humanos son crueles. Me siento feliz de que al menos mi hija tenga una oportunidad de disfrutar de una vida digna. Lo que más me preocupa es que nunca llegue averiguar qué significa el dolor y el maltrato. ¡Porque un ser vivo tan bello como ella no se lo merece!
Ojalá los compañeros que salieron de aquel infierno de Arbúcies conmigo, encuentren unos adoptantes tan maravillosos como los míos.
LOS CUENTOS DE FALSTAFF
¿A que soy guapo? Lo mismo pensó una niña cuando me vio en un carrusel en la feria de verano en un pueblo de Andalucía. Para ella era un mundo de magia y aventura. Poder tocar y subirse a un poni era un sueño de dibujos animados y de cuentos hecho realidad. Sin embargo, para mis compañeros y para mí, la cruel realidad. Lo que más me dolió en este momento es que ella no era consciente de lo que estaba pasando. Con su inocente excitación me daba manotazos y patadas para que avanzase, lo que me provocaba mucho estrés, ya que no era posible porque el ritmo lo marcaba la rueda giratoria. Su madre hacía fotos sin parar, como si fuéramos estrellas de cine. Era injusto que no conociera la verdad sobre mi sufrimiento. De ser así, estoy seguro que no volvería a subirse a un poni nunca más.
Si hubiese sabido que su peso nos provoca lesiones vertebrales y las sillas de montar heridas, que pasamos un calor asfixiante sin agua ni comida, angustia por estar atados con barras al eje del tiovivo, dando vueltas, una y otra vez, hasta doce horas sin ningún descanso. Si hubiese sabido que nos quedamos sordos por la molesta música de los altavoces, que nos estresan las luces intermitentes y el ruido de otras atracciones, no existiría esta „diversión” que en realidad es un instrumento de tortura. Pero a los niños les cuentan otras cosas, como si los padres no supiesen interpretar bien lo que ven con sus ojos. Estos espectáculos transmiten la idea de que está permitido divertirse a costa del sufrimiento del otro y no contribuyen a los valores que realmente se ha de enseñar a los pequeños: compasión y respeto a todos los seres vivos.
Por suerte un día, gracias a las denuncias de organizaciones protectoras, se prohibió en mi pueblo la práctica de esta cruel atracción y me llevaron al refugio ADE, donde estoy esperando a mi nueva familia, junto a mi amigo Castor (el guapo de la portada). Pero no todos tienen tanta suerte como nosotros y muchas veces mueren por agotamiento, incluso con los propios niños de testigos. Así que, la próxima vez, si quieres subir un niño a un poni, reflexiona antes en qué condiciones está. Y, sobre todo, no le mientas, ni le cuentes falsos cuentos. Explícale que los animales no somos objetos de diversión y tenemos derecho a vivir felices, igual que ellos.
SOÑANDO
Me lamo Muntanya, probablemente porque durante mucho tiempo estaba soñando con ellas… ¡con montañas de comida! Que para mi hija Maya y para mí no era más que un sueño. La comida, tan básica y fundamental para vivir debería estar al alcance de todos. De ella depende la salud y el estado mental de cada individuo. Es difícil entender que haya personas, como nuestros dueños, que no alimentan a sus animales. ¿Será debido a la ignorancia o quizás a la malicia que se halla en su interior? Nunca lo sabremos, aunque los motivos carecen de importancia cuando la vida de un ser vivo está en peligro. En España, el número de casos que tienen un trágico final sigue siendo escandaloso. Nosotras hemos tenido la gran suerte de no llegar a formar parte de esta tragedia por los pelos.
Suerte que existen personas con gran corazón como Jana, una enfermera que nos rescató. Nos vio un día por casualidad mientras paseaba cerca de la finca de Olot, dónde nos encontrábamos, y no fue capaz de mirar hacia otro lado. Estábamos en un estado deplorable, a punto de morir de hambre. Nuestro dueño nos dejó allí, a las manos de su madre que nos tenía abandonadas, sin ningún cuidado ni comida. Jana nos llevó a su propia casa y nos ayudó a recuperar el cuerpo y el alma. Hemos sobrevivido, pero Maya tuvo problemas en su desarrollo debido a falta de alimento durante el periodo de crecimiento y se quedó muy pequeña.
Ahora en el refugio, no sólo tenemos montañas de comida, sino que además estamos bien acompañadas. Trotamos por los montes con nuestros nuevos amigos. Maya con Ambar, una poni muy miedosa que se refugia en ella y yo con Nargó, un caballo tordo precioso que se enamoró de mi. Pero la mejor compañía de todas, es la gente que nos cuida. De ellos aprendemos poco a poco a confiar en el ser humano. Ya no sueño con las montañas, sueño sobre un dueño que nos quiera.
NO SOY NADIE
No soy ni un burro ni un caballo. Me llamo Arti y pertenezco a la familia de los burdéganos, hijos de una burra y un caballo. Me confunden con el mulo, hijo de una yegua y un burro. Pero personalmente no me importa demasiado. De hecho mejor, así no se fijan tanto en mi. No quiero que me molesten. No me gusta estar en el centro de atención, ni que me toquen, ni si quiera que me miren...
Porque las miradas duelen, como duelen los recuerdos. Yo tampoco te voy a mirar. A no ser que tengas una manzana. En este caso igual hago una excepción. Es que cualquier contacto con ser humano me recuerda lo mal que lo pasé en Arbucies. En aquel infierno no había manzanas, ni zanahorias, ni hierba fresca... Teníamos que luchar por la comida, o mejor dicho, por los restos de ensilado de vaca, que es lo único que nos daban de comer. Era morir de hambre o pelear con los más fuertes y dominantes. La verdad, no se cómo sobreviví. Acabé en el hospital por desnutrición, igual que mis dieciocho compañeros rescatados por ADE. Algunos consiguieron enconar familia y ser adoptados, pero yo, dos años después, sigo aquí con muchísimo miedo, a pesar de la gran ayuda y amor que me están dando.
Y sigo teniendo pesadillas. Tengo miedo de que me peguen con un bastón o que me quiten la comida. No confío en nadie, ni en mis hermanos de la manada que solo piensan en robarme el alimento. No quiero sufrir más, pero mi miedo y el rencor que tengo hacia los humanos es demasiado grande y no me dejan vivir.
¿A lo mejor tú tienes un bosque dónde no llegan las miradas
y dónde pueda correr libre?
VESTIDA DE NEGRO
¿Os acordáis del infierno de Fígaro, donde se rescataron más de sesenta caballos a lo largo de los años? Yo soy uno de ellos, Selva. Allí tuve a mi hijo Bosc y cuando me quedé embarazada otra vez, vi que mi vida y la de mi segundo hijo peligraban. Junto a mi amiga Mannon y su hijo Bonnie decidimos escapar de allí. A pesar de las pocas fuerzas que nos quedaban corrimos sin parar lo más lejos posible. Un vecino nos vio y llamó a ADE para que vinieran a recogernos.
A los dos días de llegar al refugio aborté, estaba demasiado débil y desnutrida para llevar adelante otra gestación. Mi corazón se llenó de tristeza y aún hoy no consigo olvidar lo mal que lo pasé. No se cómo conseguí sobrevivir. Al cabo de unas semanas salió en adopción Bosc, dejando otro vacío en mi corazón. Sé que está en buenas manos y tiene una vida feliz en “Les Vinyes”, pero le echo mucho de menos.
Poco tiempo después me adoptaron a mí junto con otra yegua, Avellana y su hijo Don Juan. En la nueva casa me cuidaban muy bien y nunca me faltó la comida. Me domaron y salíamos todos juntos a pasear por el bosque, pero yo nunca me sentí parte de esta manada. Los demás caballos no querían saber nada de mí ya que, traumatizada por el pasado negro, no tenía muchas ganas de divertirme ni hacer amigos. Un día mi dueña tuvo un accidente y se cayó de Avellana. Desde entonces nos dejaron de montar. Al cabo de unos meses creyeron que ya no éramos felices y nos devolvieron al refugio (ocho años más tarde). Ahora estoy con una manada más grande, donde cada uno tiene su propia historia tan dura como la mía. Aquí mi tristeza se hace más llevadera. ¡Apadríname!
EL HARÉN
Me llamo Shakaar (el de la derecha) y pertenezco a la raza de caballos más inteligentes y resistentes del mundo. Mis primos y yo lleguamos al refugio en la barriga de nuestras madres. En total éramos trece. Algunos nacimos aquí, cómo yo y mi primo Arabian Party (con el cual estoy jugando) y yo. Otros, en la finca de San Pedro de Vilamajor, lo que tendría que haber sido mi casa. Mi padre, Shokram, es un caballo árabe blanco de veinticuatro años. Le llaman “Casanova” porque montaba a todas las yeguas del recinto. Su dueño le creó un harén y le empleaba para cubrir las yeguas, vender sus crías y hacerse rico. Así que todos mis primos son en realidad mis hermanastros. Al tener un padre con genes muy fuertes, también nos volveremos todos blancos.
Me siento un poco triste de no haberle conocido. Al ser muy bonito, encontró un nuevo hogar y fue adoptado antes de que yo naciese, pero me han dicho que era un caballo majestuoso, con carácter y que me parezco un poco a él.
También me han contado que he tenido mucha suerte de no haber conocido cómo era el día a día en aquella finca. Aparentemente las condiciones de vida eran muy duras, ya que no nos cuidaban. Mientras que el “señor” se paseaba con la cabeza alta, orgulloso de tener una manada de caballos de raza, como si de un coche de lujo se tratara, en mi familia pasaba una desgracia tras otra.
Había temporadas en las que crecía hierba en la parcela y se podían alimentar, pero en otras no había nada y se morían de hambre. Por desesperación salían a través de la valla rota a buscar comida, muchas veces sin éxito. Era muy peligroso, ya que había que cruzar una carretera. Pero no tenían otra opción… El mejor amigo de uno de mis primos murió en un accidente atropellado por un coche y nadie se preocupó por él, ni si quiera su propio dueño. Otros acabaron heridos o muertos por inanición. Al “señor” se le olvidó que al hacerse cargo de los seres vivos uno se hace responsable de todo lo que pasa y va a pasar con sus hijos.
También se le olvidó que podría ocurrir alguna desgracia aún más grande. A los vecinos les daba mucho miedo conducir por allí y preocupados por sus vidas denunciaron nuestra situación varias veces, hasta que finalmente, ADE nos pudo liberar de las manos de nuestro dueño, o mejor dicho, maltratador. Deberían darle vergüenza las condiciones en las que tenía a sus caballos. No somos ningún trofeo. Somos seres vivos que deben tratarse con respeto y cariño. La grandeza de un hombre no se mide por lo que tiene, sino por lo que da.
CORAZÓN TÍMIDO
Seguro que conoces el refrán “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Esta fue la sensación que tuve cuando vinieron a rescatarme a mis compañeros y a mí del infierno de Arbúcies. Con sólo un año de vida todavía no había conocido a los humanos. Y de repente aparecieron muchos, poniéndonos unas cuerdas en la cabeza que impedían moviésemos con libertad, dirigiéndonos a un túnel de vallas metálicas. La angustia de no poder salir de allí, ya que tenía detrás y delante a otros caballos, fue horrible.
Mientras estaba dentro inmovilizada me pincharon con una jeringa muy grande que me asustó aún más y después me metieron en una caja oscura que al poco rato empezó a moverse. No sabía dónde me estaban llevando, ya que no podía ver nada. Aunque tenía muchísima hambre y estaba a punto de morir, hubiera preferido quedarme en la finca, tranquila y sin gente. El miedo a lo desconocido me paralizó. Parecía que se estaba acabando el mundo…
Resulta que me llevaron directamente al hospital, otro sitio frío y desconocido que me daba mucho miedo. Me decían que era por mi bien y cuando mi vida ya no corría peligro, me llevaron de nuevo en la caja móvil a otro lugar y me encerraron en una cuadra para poder seguir con las curas, diciéndome lo mismo, que era por mi bien. Tampoco me gustó esta experiencia y el miedo cada día crecía más. Junto a los compañeros de la tragedia lo revivíamos y reforzábamos cada día. Hasta que un día Anna, una chica que me acompañó en todos los momentos difíciles desde el rescate, me llevó a una hípica y me prometió que me ayudaría. Me puso con otros caballos y burros sin traumas que me dieron confianza, y pronto se convirtieron en mis amigos. Por fin empecé a disfrutar del sol, de la comida, de correr y jugar... de la vida.
Me encanta la hierba fresca y las flores. Aquí donde estoy, ya no me falta nada. Anna me llama Teki a pesar de mi nombre oficial, Aramis. Me conoce muy bien y sabe que no confío del todo en los humanos, por eso tiene mucha paciencia conmigo. Dice que soy una poni apacible y bondadosa, porque cuando acabamos los ejercicios y juegos en la pista, le abrazo y pido que me haga mimos y me rasque. ¡Esto sí que me encanta! He aprendido mucho con ella y con los niños y estoy preparada para que me lleves a mi nueva casa.
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