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EN BUSCA DEL OTOÑO

   Mi época favorita del año. El tiempo para encender el fuego, asar las castañas, quedarte en casa leyendo libros… El otoño para mi es un símbolo de equilibrio. De quitarte de encima lo que ya no te sirve y renacer con más ilusión y fuerza. Siempre me encantaba el contraste de los colores cálidos de las hojas con el azul del cielo. Echo mucho de menos el otoño dorado polaco de mi infancia, ya que donde vivo crecen solamente pinos y las pocas ramas con hojas amarillas que podría haber, las cortan. 

    

La nostalgia me llevó al norte de Catalunya, donde esperaba encontrar hayedos vestidos de amarillo. Para mi sorpresa, por el camino vi por primera vez en mi vida montones de hojas verdes en el suelo. Con el calentamiento global y los cambios bruscos de temperatura los árboles pierden sus hojas sin que éstas cambien de color. El otoño, como la primavera están desapareciendo.

    

Toda mi esperanza estaba en la Fageda d´en Jorda. Este bosque crece sobre un terreno formado por una colada enfriada de lava procedente del volcán del Croscat, a una altitud entre 550 y 650 m, que no es frecuente para este tipo de árboles. Serán las propiedades geológicas tan extraordinarias de la Garrotxa que lo hacen posible.

    

– ¿Cómo va, buenas fotos? He oído que hasta el uno de diciembre nada… – dice con resignación un fotógrafo aficionado.

     – Claro que si, buenas fotos ¡siempre! – le contesté.

El bosque para mí es una fuente de inspiración, la terapia para mi mente, el refugio de la civilización. Da igual la temporada. Aquí siempre encuentro la calma, la sanación y el silencio, que tanto necesito.

    

Aunque esta vez las primeras horas se me hicieron difíciles. Al ser tan accesible (está al lado de la carretera y el terreno es bastante plano), el hayedo estaba lleno de grupos de niños muy ruidosos. Esto no parecía un bosque, sino la Rambla de Barcelona. Pero lo peor no eran los niños gritando, sino los profesores que gritaban con ellos. Me preguntaba ¿qué les estáis enseñando? Habéis entrado en casa de los árboles y os comportáis como si fuera vuestra. Pero no lo es. ¿Dónde está la educación de respeto hacía la naturaleza?

    

Quizás podríais empezar por el silencio. Porque si ya caminando sin hablar llevamos nuestro ruido mental a todas partes, ¡imaginaros cuanto impacto más hacemos gritando! La gente se piensa que no pasa nada, sobre todo aquí en España todo el mundo grita, como si de este modo se les entendiera mejor. Pero si que pasa. Nos perdemos la conexión, las historias que nos quieren contar y sobre todo destruimos la paz que durante tantos años han ido cultivando.    

    

En la Fageda de Grevolosa tuve más suerte, no había humanos. Será porque sólo se puede acceder a pie y el camino es más complicado. Me encontré únicamente con un par de excursionistas. Y menos mal, porque también estaban gritando. Ósea no es sólo cosa de niños…

    

Aquí pude sentir la presencia de los árboles centenarios que habitan este estrecho valle de la Sierra dels Llancers. Algunos alcanzan incluso entre 250-300 años de vida, como “El haya de la Grevolosa” – un árbol monumental. Y la verdad que son enormes. Con sus cuarenta metros de altura parecían llegar al cielo. Me sentí realmente muy pequeña y muy feliz. El microclima y el aislamiento que hace posible su existencia, da sensación de ser poco amigable y a la vez de una belleza espectacular.

    

Cuánto saben los árboles… Con sus raíces fuertes y troncos grandes hacen frente a la vida: día tras día, año tras año, siglo tras siglo. Ellos tienen otro ritmo. Pero también se comunican, se cuidan y se quieren. ¿Parece imposible? Te animo a conocerlos de cerca leyendo el libro de Peter Wolhlleben “La vida secreta de los árboles” o simplemente pasando ratos en silencio en su compañía. ¡Te encantará!

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