La primavera empieza cuando las horas del día igualan las horas de la noche. Es cuando el sol sale exactamente por el este y se pone por el oeste y cuando por fin podemos disfrutar de la maravillosa vitamina D. Gracias a ella mejora el aspecto de nuestra piel, se estimulan las defensas, se equilibra el colesterol, mejora la calidad del sueño y aumenta la testosterona en la sangre, entre otros beneficios. Todo esto provoca unos síntomas psicológicos y fisiológicos, llamados la „fiebre de primavera”, que incluyen una mayor energía, dificultad para concentrarse, inquietud, nerviosismo y ganas de salir. Y aunque no es ninguna enfermedad, uno se siente bastante afectado por sus síntomas.
Las ganas de disfrutar del buen tiempo y de las bellas flores me llevaron a Aitona donde con una amiga pasamos una tarde entre los campos de árboles frutales. El pueblo está situado a orillas del río Segre y desde siglos se dedica a la agricultura. Hoy en día se especializa en el cultivo de los melocotoneros y los nectarinos que en primavera convierten el paisaje en un mar de color rosa. Te enamoras desde el primer momento que tu mirada se encuentra con sus preciosas flores. La alegría te entra por los ojos y llega a los pies invitándote a bailar entre los pasillos de belleza como si estuvieras bajo un hechizo de estos campos de colores…
Delante de tus ojos se crea un país de las maravillas, lleno del silencio, canto de los pájaros y del viento. Disfrutas del contraste de las flores con el cielo azul y el verde de las hojas y la hierba, como un niño mirando a los caramelos a través del escaparate. Y si esperas al atardecer verás salir, además del rosa, las tonalidades naranjas, amarillas y lilas. Juntos te envuelven en una manta calentita susurrando al oído: ¡viva la primavera!












